Anhelo
Es fácil, ridícula y absurdamente sencillo perder tus
ojos en él. La vista no puede evitar recorrerlo y de igual forma tu mente no
puede borrar lo que vio. Más que ser arrastrados tus ojos parecieran haber sido
creados para observarlo, parecieran estar cumpliendo su misión, su instinto
natural. “Instinto”, eso exactamente es lo que él despierta en ti, lo difícil
es descifrar el instinto de ¿Qué? Era fácil enumerar los efectos que él puede
producir en ti, y sin embargo el qué evocan exactamente no era una tarea tan
sencilla.
La silueta que dibujaba su espalda era lo único
verdaderamente visible desde ese ángulo, esos hombros anchos con una curvatura
que llamaba, te incitaba a recorrerla a mordiscos. Unas clavículas que si bien
no puedes ver, sabes que estaban allí, que se alzaban, que se marcaban en su
piel como si estuvieran hechas con un cincel, claras, nítidas. Con cada
respiración parecían hacerte una invitación. Por otra parte su cuello era otra
maravilla, ancho, definido, inhumanamente apetecible. Como ya se dijo, el
instinto rige cada una de las sensaciones que el provoca. El hambre te invadía,
te inducia a devorar ese cuello a mordiscos, parecía una buena idea con tan
solo verlo, pero con una garganta tan seca serie imposible tragarlo ¿no?, y es
ahí cuando descubres que no es simple hambre.
Se gira, te ve, o mejor dicho quieres que te vea.
Seguramente solo giró la cabeza aburrido de la lección, distraído. Podría
incluso estar viendo la pared sin mayor interés, pero eso no es importante ya.
Esos ojos están a tu alcance, al fin están a la vista y observándolos puedes
sentir como el aire sale de tu boca cada vez más caliente. Observar la
curvatura de su boca es placer escrito en tu cara y el tamborileo en tu pecho
se hace mucho más hondo. Cada rizo de su cabello desprende un aroma que solo tú
percibes y al pasar sus dedos por ellos ese aroma te invade, penetra por cada poro de tu piel y acaricia
cada nervio que posees. Masturba tu centro de placer con cada respiro que da y
con cada viento que mueve esos rizos el éxtasis está más cerca.
A partir de aquí la imaginación hace su trabajo, el
ingenio se mueve con rapidez. Puedes ver la habitación con lujo de detalles,
sin profesores, sin alumnos, sin escritorios. Lo único que ves ahora son las
paredes, las ventanas, la cama y a él. Las paredes y la cama no son
importantes, él es el personaje principal y sin embargo las ventanas resultan
robar algo de tu atención, no por las ventanas en sí, la luz es lo interesante.
Esos rayos que pueden tocar ese cuerpo en toda su desnudez, sin decoro alguno y
con total libertad. Los rayos iluminan todo, desde su cuello hasta su abdomen.
Iluminan sus ojos cerrados, sellados por el deseo, perdidos en la imagen mental
de lo que seguramente sería una chica. Quisieras ser tú, sabes que deseas ser tú
y de seguro crees merecer ser tú, pero sabes que no lo es. No, por supuesto que
no, es obviamente una mujer que conoce bien, una de las tantas con la cual ha
mantenido este sexo no reciproco a través de pre grabaciones en páginas de
internet.
- “Ah”
Es solo un suspiro pero lo escuchas con claridad. Su boca
empieza a soltar muchos de ellos y el aire se llena de su voz, de su aliento,
mientras que las numerosas gotas de sudor que recorren cada parte de ese cuerpo
desnudo terminan de embriagar hasta el último rincón de tu mente con su aroma.
No necesitas ver lo que hace, el vaivén de su mano es innecesariamente
explicito, simplemente su cara y el conocimiento de que provoca esa poco usual
expresión en su rostro es lo que necesitas, es todo lo que necesitas.
Los suspiros y el movimiento de su pecho incrementan. Un
lastimero silbido escapa de sus labios mientras su cabeza se reclina hacia
atrás. Ahora el vaivén de su mano no es suficiente y es audible como sus
caderas intentan compensar el movimiento de su mano, danzan juntos en un compás
sonoro, repetitivo, catastrófico y fascinante. Los suspiros ahogados, atrapados
en su garganta lo delataban, estaba cerca él lo sabe, él puede sentirlo y tú
también lo sientes. Te inunda de placer su disfrute, como si ambos estuvieran
conectados, como si fuese hecho para ti. Un espectáculo cuyo único objetivo es
tu entretenimiento, brindarte placer.
De repente un fuerte suspiro provocado por ti, te aturde,
te devuelve a la realidad. Vuelves al profesor, a los alumnos, a los
escritorios. Sabes que esas paredes, esas ventanas, esa cama nunca existieron,
son los silenciosos acompañantes de tu mente en esa silenciosa, inhóspita,
recurrente y prohibida fantasía. No es solo un deseo, lo anhelas con toda tu
alma, eso lo sabes. Es realmente el pensamiento más veraz que puedas tener
sobre el tema, y lo sabes porque te inunda de emociones y duele. Duele quererlo
hasta ese extremo, hasta tener que fantasear con él. Duele saber que morirá en
una fantasía guardada y secreta.
Ya todos están terminando de guardar sus cosas, algunos
incluso ya salieron. Te dispones a imitarlos, no vacilas en mimetizarte con
ellos, en parecer que eres como ellos, imitas cada movimiento a la perfección
gracias a años de práctica, mientras guardas bajo llave esa esencia, esa parte
de ti que hace poco estaba en todo su apogeo pero que sabes nunca podrás
liberar, que nadie puede saber sobre ella.
Una risilla invade tus oídos, una pequeña risa de esa inconfundible
voz que hace poco solo podías oír consumida en suspiros. Una invasión, un papel
que no debía estar ahí te saludaba desde el escritorio y al voltear hacia la
salida, solo es visible esa conocida silueta que dibujaba su espalda,
desapareciendo a través de ella. La curiosidad es grande. El papel es abierto
con nerviosismo y descubres una nota sencilla y directa, pero para nada simple.
De pronto el retumbar en tu pecho vuelve, se profundiza y sientes que puedes
oírlo por toda la habitación. Relees la nota para corroborar, para convencerte
de que tus ojos no te juegan ninguna broma, de que no es otro episodio de tu
imaginación, y por suerte no lo es.
“¿Te gustaría experimentar eso que anhelas
cuando cierras los ojos?
A
mí sí.”
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